sábado, 11 de agosto de 2007

Marguerite Yourcenar

(Bruselas, 1903 - isla de Mount Desert, Maine, EE UU, 1987) Escritora francesa de origen belga. Huérfana de madre desde su nacimiento, fue llevada muy pronto a Francia por el padre (natural de Lille) que, tras impartirle una educación bastante esmerada, la llevó siempre con él, en el curso de su cosmopolita existencia, comunicándole su amor por los viajes.
Cursó estudios universitarios, especializándose en cultura clásica, y empezó a publicar diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, aunque con escaso éxito. De esta primera época son las novelas Alexis o el tratado del inútil combate (1928), que comenzó a despertar el interés de la crítica: obra de corte gidiano, es una lúcida y desinhibida vivisección de un fracaso existencial; La Nouvelle Eurydice (1929), menos tensa e inspirada respecto Alexis: Denier du rêve (1934), historia de un atentado fracasado contra Mussolini, donde la violencia política ocupa el primer plano; y La mort conduit l'attelafe (1934), colección de tres cuentos.
Sus largas estancias en Grecia dieron origen a una serie de ensayos reunidos en Viaje a Grecia y llevaron a su maduración la idea originaría de Fuegos (1936), una obra esencialmente lírica compuesta de relatos míticos y legendarios. La misma dimensión mítica se deja traslucir en su colección de Cuentos orientales, publicada en 1938. El año siguiente aparece El tiro de gracia, basada en un hecho real, una historia de amor y de muerte en un país devastado durante las luchas antibolcheviques. Son importantes también varios ensayos, como Pindare (1932) y Les songes et les sorts (1938).
En 1939 la guerra la sorprendió en los Estados Unidos y allí fijó su residencia, en Maine, dedicándose en un principio a la enseñanza y adquiriendo la nacionalidad norteamericana en 1948. Llevó a cabo también en este período una serie de refinadas traducciones de textos de diversa naturaleza: obras de Virginia Wolf, Henry James y K. Kavafis y la antología de poesía griega antigua La couronne et la lyre.
Su fama como novelista la debe a dos grandes novelas históricas que han tenido gran resonancia: Memorias de Adriano (1951), reconstrucción histórica realizada con gran celo documental de la vida del más ilustrado de los emperadores romanos. Escrita a modo de carta dirigida como testamento espiritual a su sucesor designado, es una meditación del hombre sobre sí mismo, e ilustra el único remedio posible a la angustia de la muerte: la voluntad de vivir conscientemente, asumiendo el deber principal del hombre que es el perfeccionamiento interior. La otra fue Opus nigrum (1965), obra fruto de cuidadosas investigaciones, que gira en torno a la figura del médico alquimista y filósofo Zenón, intelectual enfrentado a los problemas del conocimiento.
Publicó también el ensayo A beneficio de inventario (siete estudios sobre A. d'Aubigné, Piranesi, S. Lagerlöf, Kavafis, Th. Mann, etc.) y diversas obras teatrales como Electre ou la chute des masques (1954), Le mystère d'Alceste (1963) y el volumen de 1971 que comprende Dar al César, Le petite Sirène y Le dialogue dans le marécase. En 1974 publicó su autobiografía en dos volúmenes: Recordatorios y Archivos del Norte, frescos histórico-narrativos sobre su propia familia. Fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Francesa en 1980.
En el curso de un viaje a África llevó a término la redacción de los tres relatos que componen Como el agua que fluye (1982), y el ensayo Mishima o la visión del vacío (1981), fruto de la larga frecuentación de la obra del gran escritor japonés. En 1982 vio la luz Con los ojos abiertos, libro de conversaciones con Matthieu Galey, que constituye una reveladora autobiografía.

POEMAS:


LAS CARIDADES DE ALCIPIO


1. Me acosté lentamente en la playa de arena
Donde el mundo se gasta con áridas dulzuras
Y a la hora asombrada en que los astros nacen
Del nácar de sus sueños sobre sus cuerpos largos,
Vi venir hacia mí mis hermanas Sirenas.

Vi venir hacia mí mis locas hermanas de la orilla
Que cantan por la noche en un lúgubre coro;
Amantes sin amor, cautivas para siempre,
Que nunca en el gemido hondo o en los senos fríos
Sintieron bramar secreto el fuego de un corazón.

Me pedían del alma ese trozo candente,
Estremecido adentro como un pequeño ser;
Esa péndola viva hecha de sombra y fuego,
Lanzadera de un telar que a cada instante
Tejiendo sangre desfallece y se acelera.

Me pedían su parte de esa entraña
Que dilata nuestros votos incumplidos,
A fin de que el ahogado, el grumete o el corsario
Encuentren bajo el agua verde y la sal que macera,
El amor y el calor de las camas profundas.

Querían ese corazón para sufrir y saber
Los cantos del dolor y sus sollozos roncos,
Y comprender por qué cuando amanece el día
Revelando el naufragio y la barca vacía,
La mujer del marino acude a la rompiente.

Cedí, temblando, al llanto de sus ojos transparentes,
A sus enamorados gritos de sombras y rumor;
Entre sus dedos lascivos y sus anillos de perlas
Vi mi corazón hundirse en la cavidad negra de las olas
y en el abismo del viento donde va lo que muere.

Lo vi descender el pozo de las tormentas,
Abrirse como un loto en las aguas tranquilas,
Bailar en las olas, rebotar en las crestas,
Y en hilos centelleantes que detiene el temblor,
Engancharse al cabello de las cañas gimiendo.

Vi su sangre tibia manchar el mar inmenso
Como un sol herido que naufraga victorioso
Dejando por detrás la nada y la demencia;
Lo vi tragado por la noche que comienza
Y luego ya no vi más lo que era mi corazón.


2. En los inquietos bosques vibrantes de batidas,
Por los jardines ebrios donde sube el jazmín,
Sellando con el dedo sus quejidos callados,
Vi venir hacia mí una legión de estatuas;
El mármol y el metal me tomaron la mano.

En los templos dorados donde sombríos ídolos
Miran con sus ojos de zafiro hacia el mar,
Un suspiro, como el escalofrío de una góndola, alargado,
Alzaba en sus senos pesadas girándulas;
Todas, con sus hermosos ojos amargos, me miraban.

En las simas de los montes, en los tajos de Carrara,
El mármol bruto bajo mi paso gritaba;
El jaspe, el ágata y los pórfidos raros
Por el salvaje escultor al taller arrastrados,
La desesperanza de no ser me decían.

Sufrían de ignorar los nombres que tenían,
De no saber qué César o qué Rey pasivamente
Serían sobre las puertas de Roma;
Qué olvidado maestro en este infierno del hombre
Como una afrenta al tiempo, en ellos, seguiría

Los dioses griegos sufrían de su belleza vacía,
Cansados del incienso invisible alrededor;
La dulce tibieza de las tardes no llenaba sus venas
y en sus lívidas frentes de apio y de verbena
Ceñía el dolor de ser sin haberlo sabido.

Los dioses me pedían mi alma inagotable
Que de ellos como una fuente refulgente manaría,
Para que el fiel en la arena arrodillado,
Viendo al fin sonreír sus máscaras secretas,
Abra los brazos, se regocije y se yerga embelesado;

Para poder de pronto escuchar a los que rezan
O burlarse en voz baja del tonto adorador,
Desplegar sobre el mundo sus ojos de diamantes,
y hastiados de la impostura y de la idolatría
Castigar al sacerdote y golpear al escultor.

Pegué entonces mi boca a sus labios severos,
Al mármol en mi abrazo ardiendo ya;
Mi alma de temores, de quebrantos, de fiebres,
En esos duros cuerpos que el orfebre pulió,
Entera y con todo su pasado se alejó.

Viudo de mi alma mi cuerpo vagaba por la extensión,
Insensible a las señales del viento melodioso;
Como una lámpara de oro en vano suspendida
Cuyo aceite, gota a gota, para siempre se virtió,
Para animar a los dioses mi alma me abandonó.


3. Iba cabizbajo bordeando el cementerio,
Merodeaban los gritos de los chacales, discordes,
Y del fondo de las tumbas y la cumbre de las cúpulas
Estirando hacia mis hombros sus manos borradas,
Los muertos me pedían entregarles mi cuerpo.

Reclamaban de mí el amalgama de átomos
Que sirve de soporte al furor del deseo;
El caballo galopando en el reino de la carne,
Montado sin cesar por jinetes fantasmas,
Que masca babeando la sal del placer caliente.

Los avaros rondando por las cisternas vacías,
Donde enmohecen todavía sus tesoros escondidos,
Deseaban mis largas manos en sus ávidas faenas:
En las pilas del oro reluciente y de la plata opaca,
Pesadas ahora para sus sueños vanos.

Reclamaban de mí a fin de beber mi boca,
Mi voz para divulgar la profecía de los muertos;
Como el héroe engañado que maldice su gloria,
Saciados de beber del copón el vino puro,
Los santos, para condenarse, necesitaban un cuerpo.

Y como en los cerdos de Asia, los demonios,
Traicioneros de una dicha que compraron muy caro,
Famélicos desmedidos e insaciables,
Desde el fondo de su sueño llorando su delirio,
Los muertos me asaltaron y habitaron mi carne.

Movieron mi cuerpo sin temor entregado,
Mordieron con mi boca anzuelos turbios,
Rodeando sus deseos anudaron mi abrazo,
Por donde yo pasaba sus huellas imprimieron
Y a camas desconocidas me arrastraron.


4. Lo que yo creí mío se disuelve y vacila,
Se desatan por dentro los nudos sin morir;
Como el canto de un violoncelo se evade
y se extiende en el aire, amortiguado, y se derrama,
Solamente me encuentro si me busco por fuera.

¡Templos griegos, callad! ¡Callad, catacumbas!
¡Que no narren las altas olas alteradas!
¡Muertos amordazados en la prisión de las tumbas
Callad completamente bajo la lluvia del llanto!
¡Dioses! ¡Guardad mi secreto al hablar con el viento!

Testigo desesperado de mis metamorfosis,
Sin poder alcanzar el ser que una vez fui,
Como se busca un perfume en el corazón de las rosas
La muerte para encontrarme excavando las cosas,
En único mendigo rechazado se convierte.

Que vaya, si es necesario, a pedirle a las Sirenas
Mi corazón voluptuoso abandonado a las olas.
Frustré la absolución y los fúnebres cantos;
Como un nardo sobre el pecho de las Reinas derramado,
Existo eternamente en lo que di.

POEMA PARA UNA MUÑECA RUSA

....................................... S o y
.................................... E l rey,
................................ A z u l v o y
............................ Negra mi ley.

................................... ¤¤¤¤¤
.......................... Yo soy el gran Moro
...................... (Rival de Petrouchka)
.................... La noche fue mi troica
.................. Y el sol mi balón de oro.
............................... ¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤

............... De las tinieblas, el rellano;
............. Del aire respirante, el rocío;
............ Un soplo oscila en mi cuerpo vacío.
......................... ¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤

...... Soy muy resignado porque soy muy sabio.
.... No desdeñen mi tez negra o mi abierto labio:
Soy como ustedes un juguete en la enorme mano.
........................................... §§§§§§

SIETE POEMAS PARA UNA MUERTA


I. Cansados de esperar, los que nos esperaron,
Murieron sin saber que estábamos llegando,
Sus brazos abiertos despacio se cerraron
Y en vez del recuerdo, vino el pesar temblando.

La flor y la oración, la más tierna mirada,
Son ofrendas que Dios no podrá bendecir.
La muerte no escucha la vida desterrada;
Nos junta solamente y no nos puede unir.

Nunca conoceré esa apacible tumba;
Es demasiado tarde, mi grito retumba
Sin eco en la tierra de sorda eternidad;

La muerte desdeñosa o por la fuerza muda,
Nos deja en este umbral oscuro de la duda
Donde no fue el amor y está su soledad.


II. Aquí están la miel profunda de las rosas,
La fragancia, el color, el respirar amado.
No sonreirás más a la luz de las cosas;
Tu gesto de abrazar en suspenso ha quedado.

Ya no sentirán más tus párpados dormidos
El largo deshojar de la melancolía.
Tu corazón se aleja en cielos desvaídos
y yo llego puntual para ver la agonía.

El ser no es más que un nombre; el tiempo es un día;
Por la ruta del sol tu sombra yo amaría
Pero contra la tumba mi amor se golpeó.

La muerte no vacila y supo alcanzarte;
Si me recuerdas hoy sabrás compadecerte
De esta oscuridad que tu antorcha encendió.


III. No había que titubear; había que acudir;
Había que llamar; no había que callar.
No supe presentir que ibas a morir
Y continué mi aislado camino de pasar.

No supe presentir que vería agotarse
El claro manantial donde la sed termina;
No supe presentir que la muerte germina
Un fruto misterioso en la tierra de amarse.

Aquí están mis ojos, mis manos, mi paso
De ayer por el jardín que ahora yace raso;
Te busco titubeando como un extranjero,

Pero sin alcanzarte; me acuso; y envidio
Aquel que comprendió que todo es pasajero
Y descubrió su amor frente a tu espejo tibio.


IV. Jamás de tu alma conocerás el viaje
Comenzado en mi alma al despuntar el día;
Ni el tiempo, ni el amor, ni la edad, ni el paisaje
Borrarán tu huella grabada con la mía.

No sabrás que tiene tu rostro la belleza,
Que el mundo por tu azul dulzura resplandece,
Que la transparencia del lago en la maleza
Refleja tu mirar donde el sol amanece.

Nunca jamás sabrás que eres en mi mano
El oro del farol sobre el andar del mar;
Que tu lejana voz se mueve en mi cantar,

Que tu antorcha, tu luz y resplandor arcano
Me indican el dulce sendero de vivir
Juntos, en una sola sombra de seguir


V. La estrella centelleante es del ciprés la fruta
Balanceando la noche lenta del verano;
La vida en sus velos desnuda por su ruta
Despliega tu esplendor cada vez más cercano.

Tu amor y mi amor, nuestros cuerpos y el latido,
Serán nuevamente diversa infinidad;
La araña constante extiende su tejido
Y el universo atroz teje la eternidad.

El mar sin mañana nos trae a la ribera,
Nos lleva debajo de una puerta soñera;
En todo morirnos, en todo renacemos,

Pero en el corazón de sed desconocida
Amor y esperanza imaginan que vemos
De aquella muerte el astro engendrar esta vida.


VI. La miel de las cosas al fondo inalterable
Es deseo, dolor y es remordimiento;
Alambique sin fin donde el tiempo incansable
Destila del día o la noche el movimiento.

Comienza a madurar otra vez el rumor ,
La misma nota vibra en distintos sonidos;
No se puede cortar del perfume la flor
Ni el alma del cuerpo eternamente unidos.

El cielo nos retira la escala fugaz,
No verás derramarse el amor por mi faz;
Cada día cerrará la luz que te veía,

Cada noche en la noche vendrá progresando,
Como en tus brazos lentamente yo venía,
Para cerrar también lo que se está apagando.


VII. Aquí viene en silencio el espacio del canto
Que puede sin herirte pasar a tu lado;
Dejemos las flores cubrirte con su llanto,
La sonrisa trazar en el rostro el pasado.

Cuando la máscara desciende fatigada
Y se deslizan en el lecho los durmientes,
Todos los dedos de la hierba derribada
Quisiera acariciar con mis manos ardientes.

Es hacia tu dulzura que va mi sendero.
De este suelo acompasado el jardinero
Del olvido barre el otoño de quererte.

El amor inmortal corre en la lejanía
De la sangre, y no turbaré con mi elegía,
La cita infinita de la tierra y la muerte.

ERÓTICO

Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.

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